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Si «Los Caballos de Colores» representan las aspiraciones del M.I. Municipio de Guayaquil de alcanzar el panteón de “ciudades globales”, Los Burros Pintados expresan las inquietudes de muchos guayaquileños sobre su lugar en el nuevo orden del Guayaquil regenerado, del Guayaquil aspiracional. Guayaquil no es la primera ciudad que se ha aprovechado de una exhibición al estilo del CowParade, de hecho, tales exhibiciones de animales pintados actualmente forman parte de un modelo de Empresa Municipal, el cuál se caracteriza por un esfuerzo de comercializar lo “local” (o sea convertir cultura guayaquileña en capital cultural) y competir con otras ciudades en un mercado global para la atención de turistas e inversionistas extranjeros.

De más está decir que el proceso de “city-marketing,” el proceso de (re)crear la imagen de una ciudad, es selectivo y dirigido por los intereses de un grupo delimitado y poderoso. El hecho de que la clase gobernante de Guayaquil ha seleccionado el “caballo” cómo un símbolo de la ciudad no es un simple ejemplo de los delirios de grandeza de la élite guayaquileña, es parte también de un esfuerzo reorganizar la jerarquía espacial de la urbe y reforzar cierta imagen de la vida cívica de la ciudad (hacia adentro y hacia fuera).

Aunque hoy en día el burro está vinculado con la marginalidad, no siempre era así. Antes el burro era uno de los animales domesticados más visibles en el centro de la ciudad, mientras el caballo era un animal que ocupaba los espacios periféricos, como el famoso Jockey Club de los principios del Siglo XX. Después de una campaña municipal que sigue hasta hoy, los metropolitanos han hecho que desaparecieran las humildes bestias de carga de las calles principales de la ciudad. Fue así que se les asignaron a los metropolitanos el apelativo, “robaburros,” y fue así que el burro llegó a ser un animal marginal (en todos los sentidos) y un símbolo de los supuestos estorbos al progreso, aseo, y orden de la ciudad.

Los Burros de Guayaquil: Ayer y Hoy

Esta sutura temporal, moral, y estética vale para desconocer los períodos de intervalos en que la clase obrera de Guayaquil y sus fincas de cacao se convirtió en una clase de lumpen. También desconoce el desarrollo de la máquina política populista que trasformó los barrios marginales de Guayaquil en una de las fuerzas electorales más formidables del país. Y sigue desconociendo las raices cholas, indígenas, montubias, y afro tanto de figuras famosas (Julio Jaramillo, Jaime Hurtado, Guillermo Davis, y Medardo Ángel Silva) como las personas olvidadas y olvidables que han construido esta ciudad (los obreros del astillero, del ferrocarril, las fincas de cacao, la cervecería nacional, del cemento nacional, los informales, los ganaderos, y los pescadores). Tal diversidad cultural, cómo el burro, no es visto como un recurso o una ventaja, sino otro obstáculo al progreso. Pues no fue sólo la corrupción y incompetencia de las últimas alcaldías populistas que crearon el estado de anarquía y suciedad que puso la ciudad de rodillas, también un efecto de las migraciones, asentamientos y la supuesta incoherenciacultural que conllevaron.

Así somos los guayaquileños

“…Antes de definir las caracteristicas peculiares de los guayaquileños tenemos que entender que a través de su historia, esta ha sido una urbe forjada al impulso de migraciones internas y externas. Aquí convergen y se sienten guayaquileños, ciudadanos que llegaron de todas las regiones de la patria, mirando a Guayaquil como la ciudad de la esperanza. Por eso en cualquier esquina es común escuchar acentos serranos y costeños, cholos, negros, montubios, indios, todos amalgamados en un crisol de ecuatorianidad… Para ser mejores ciudadanos nos hacen falta rescatar algunas virtudes que antaño fueron parte de la identidad guayaquileña. Entre ellas: a) la lucha por el bien común más que por la satisfacción de ambiciones personales; b) la entrega al servicio público anulada hoy por un tremendo individualismo y un arribismo político desmedido; c) pasar de la palabra a la acción (ser menos bocones y más trabajadores); d) conocer y respetar las leyes y ordenanzas que para la mayoría son letra muerta; y fundamentalmente establecer un compromiso de amor sincero con la ciudad, para entregarle el fruto honesto de nuestro diario esfuerzo, honrándola con nuestras mejores realizaciones y preocupándonos por ella, no solamente en julio y octubre.

—Jenny Estrada Ruiz, Historiadora (Diario Expreso, 21 de Julio 2002)

En la medida de que el municipio de Guayaquil ha creado una marca basada en la superación permanentemente del anterior estado desgraciado y sucio de la época populista, un burro no serviría cómo mascota de la ciudad. Según la narrativa oficial, el renacimiento de la ciudad es debido a un civismo criollo y adinerado, que ha apropiado cómo su modelo social una versión aséptica de la época dorada de los años 20. La fusión semántica de la gran era caocatera con la de regeneración urbana es un intento por crear un referente histórico a un período en la historia de la urbe en que Guayaquil había logrado un estatus internacional de ser una ciudad vanguardista, liberal, dinámica, y cosmopolita. Un eslabón semántico que conecta estas épocas es el caballo de raza, un animal que, por su costo, evita cualquier asociación con lo popular urbano. Para los guayaquileños, el caballo es un animal que crea una continuidad entre la época del centenario—en lo cual el Jockey Club cedió parte de su terreno para que se construya la primera ciudadela planificada y exclusiva, el Barrio Centenario—y la alcaldía de León Febres-Cordero, el ingeniero de la regeneración urbana y un aficionado infatigable de la crianza de caballos y del deporte hípico, siendo uno de los ilustres espectadores habituales del Hipódromo Buijo de Samborondón.

Los Caballos de Guayaquil: Ayer y Hoy

 
Entonces los requisitos de vestimenta y comportamiento en las zonas regeneradas no sólo reflejan el deseo por parte del Municipio de cambiar superficialmente la imagen de la ciudad para el consumo de turistas, más bien representan un esfuerzo por armonizar desde adentro la vida e identificación de todos guayaquileños con el fin de crear una identidad cívica orientada a las aspiraciones de la elite. Sin esta coherencia resulta más difícil comercializar las micro-culturas barriales y étnicas de la ciudad. Por lo tanto los caballos corresponden a la identidad cívica aspirante y emergente. Son una parte de la imagen que quieren transmitir hacia el mercado global de ciudades. Los caballos son concretos, valiosos, intocables, y dignos, mientras los burros son efémeros, fugaces, clandestinos, despreciables, y heterogéneos. Su desmontaje brusco destaca el hecho de que la campaña municipal no sólo trata de orden y aseo, pero también una lucha simbólica sobre el espacio urbano y qué significa ser verdaderamente guayaco.

ANONIMO


Fuente: http://burrosdecolores.blogspot.com/

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