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Por Leonardo Parrini

Un vals escapa del sonido de la vieja victrola y se funde al relato de Manuel, que con gesto rotundo da manivela al vetusto fonógrafo RCA Victor. Es una tarde ardiente en Montecristi, cuna de los maestros tejedores de paja toquilla. Manuel habla de otro Manuel, su tocayo Manuel Alfaro, padre de Don Eloy, uno de los iniciadores del arte de tejer sombreros de paja. Mientras leo la noticia de que la UNESCO nominó a los sombreros ecuatorianos de paja toquilla como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, acude a mi memoria la figura de Manuel y su gloriosa victrola en cuya melodía viajan los recuerdos de aquella tarde cuando tejía un sombrero de paja toquilla.
El origen de estas bellas prendas de paja se encuentra en Montecristi, comarca manaba de las costas ecuatorianas, tierra caliente y creativa donde los Alfaro, en 1835, se iniciaron en el oficio de recolectar la paja de una palma llamada Carludovica Palmata para fabricar sombreros. Una especie nativa de hojas en forma de abanico que emerge del suelo, sostenida por largos pecíolos cilíndricos, y que es usada como materia prima por los artesanos para elaborar sombreros tejidos a mano, con tal perfección, que no registran fallas en la trama por donde no pasa ni un rayo de luz. El sombrero más fino del mundo es fruto del laborioso proceso que dura algunas semanas -según cuenta Manuel- y que consiste en preparar la fibra, cortar las puntas, lavar y secar al sol y luna, planchar y dar un acabado en los hornos de azufre para lograr ese blanqueado único de los sombreros de Montecristi.
Justicia histórica
Cuando los conquistadores españoles llegaron a lo que hoy día son las provincias de Guayas y Manabí en la costa ecuatoriana, conocieron a los indios nativos que manufacturaban sombreros de paja que cubrían sus orejas y cuellos. Estos sombreros parecían tocas, como las que usan las monjas o las viudas en Europa, entonces llamaron a estos sombreros como toquillas y a la paja con la que se hacen como paja toquilla. La palma fue bautizada Carludovica por los españoles en honor del Rey Carlos IV y su esposa Ludovica, asiduos consumidores de los sombreros de paja toquilla. 
Justicia histórica, diría Manuel, refiriéndose al nombramiento de los sombreros de paja toquilla de Montecristi como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, un producto ecuatoriano que, equívocamente, adquirió fama mundial como Panama Hat. ¿Por qué? Sencillamente, porque los migrantes ecuatorianos lo llevaron a Panamá y lo comercializaron durante la construcción del canal que une los océanos que bañan las costas centroamericanas. Fue cuestión de mercadeo forjado en la necesidad de sobrevivir lo que hizo que los sombreros de paja de Montecristi adquieran el toque internacional, no obstante que la Carludovica Palmata es una palma exclusiva del Ecuador.
Termino de leer la noticia y el quejumbroso sonido de la victrola se extingue de mis recuerdos. Manuel, si leyó la crónica, debe estar feliz, aun cuando no comprenda por qué le dicen inmaterial a un oficio hecho con alma manaba y trabajo físico de laboriosos artesanos que entreveran su nombre al patrimonio cultural de la humanidad, en una trama de fina y consistente materialidad.

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