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Por Manuel Palacios*


El investigador húngaro Juan Móricz, en su libro “El origen Americano de Pueblos Europeos” explica como la exclusión del continente americano del movimiento histórico cultural de los pueblos, es la piedra angular de la distorsión de nuestros conocimientos actuales de prehistoria.

 Los complejos problemas de origen de pueblos y cultura no encuentran solución, por haberse excluído al continente americano. En nuestra unidad terráquea, los pueblos prehistóricos realizaron sus movimientos, conmovieron, formaron y difundieron nuestro actual acerbo cultural.

Como investigador etnográfico de las costumbres, medicina, lenguas y simbología ritual de los pueblos ancestrales de América no puedo sino estar de acuerdo con Móricz. Hemos estado acostumbrados, en una suerte de colonizaje atemporal, a pensar que fue sólo con Colón que llegó la cultura, la civilización y la fé. 


Los estudios científicos publicados buscan, sustentados en voluminosos libros y ostentosos títulos académicos en poner por sentado de que en América no existió ninguna civilización importante aparte de mayas, incas y aztecas; de que el resto de los grupos humanos hablaban lenguas tan diversas que les resultaba imposible entenderse entre ellos mismos, peor aún con sus vecinos. Todo criterio alejado de la concepción de este continente como un “eterno neolítico” son tachadas de mentiras, o acusadas de no tener rigor científico.

No tengo el prejuicio de un título académico, lo cual ha sido un gran obstáculo para no contar con apoyo alguno para publicar los resultados de mis investigaciones, sin embargo esa misma independencia, me ha permitido, como el niño que se sorprende ante cada cosa, ver lo que los ojos comunes no pueden ver: la posibilidad del contacto interoceánico precolombino, sustentado en la afinidad de las raíces lexicales entre pueblos y civilizaciones como los Karios, magyares, sumerios, etruscos en Europa y Asia; y los Kañaris, Shuaras, Kunas, Karas, Karibes y Guaraníes, entre otros, en América.

Héctor Burgos Stone, autor de Amáraka, Tierra sin Tiempo; sostiene que asì era el nombre con que los hindúes llamaban a la “tierra de los inmortales”, del sanscrito A: no; mara: muerte y ka: tierra; donde se encontraba el monte Meru o Meri, y de dónde era originaria la civilización védica de India. Entendemos ahora el por qué se referían a Bharata-Varsa o la patria original como la “tierra de esplendoroso verdor con forma de mujer divina”, ya que las características femeninas según esta sociedad decretaban como excelso que las féminas tuvieran caderas anchas y busto generoso y cinturas mínimas. No es necesario aclarar qué continente se adapta a esa descripción, el lector inteligente ya habrá hecho una imagen mental y llegado a sus propias conclusiones.

En las crónicas de conquista se relata que el sistema montañoso centroamericano (parte de los Andes) era conocido como Amerrique, siglos después el naturalista Tomás Belt, y el filólogo de Nicaragua,  Alfonso Valle, manifestaron que este nombre significaba: “Lugar de mucho viento”; mientras que para José Dolores Gámez, historiador de Masaya, significa “País del viento” y para el salvadoreño Santiago Barberena, “Extensa región”. En todo caso queda de manifiesto que Albérigo Vespucci no fue la inspiración del nombre América, sino que éste era un nombre ancestral del continente.

 Por mi parte, he descubierto que en el húngaro actual se conservan aún las raíces lexicales que dan luz sobre este nombre ancestral: el vocablo A es relativo a territorio, Mer a sacar agua o emerger del agua, y por último Iker, que significa gemelos o hermanos nacidos de la misma matriz. Este significado es reforzado por lo expresado por Móricz en el libro antes mencionado:”El pueblo Magyar remonta su genealogía a los dos progenitores Gog y Magog, y sus tradiciones ubican el ancestral solar patrio en el «Centro del Mundo». Esta tradición la conserva aún la ciudad de Quito, que se llama a si misma la «Mitad del Mundo», y en su nombre guarda la tradición de los progenitores, pues su historia se remonta al antiguo Reino de Quitus, que en la lengua Magyar significa: dos progenitores. Kit = des y us = progenitores. En el magyar actual sería: Két-ós”.

Este artículo es tan sólo una introducción en la que sustento el contacto interoceánico precolombino, solo que a diferencia de las teorías que empiezan a circular desde hace algunas décadas en las que se dice que los americanos son descendientes de polinesios, o que los “dioses blancos” eran nórdicos, o que tan sólo en la zona de Ecuador se hablaban tantas lenguas como personas, teorías sustentadas en declaraciones silvestres de los conquistadores, que no eran linguístas y que no tenían un criterio formado en cuanto a la diferencia de lo que es y constituye una lengua y lo que es un dialecto de la misma lengua.

Criterios como:“Toda la tierra ques dicho–la situada entre la costa de Anegadizos y la Punta de Santa Elena–e aun la que se dirá, es de diversas lenguas, tanto que cada población tiene su lengua, e aunque con los vecinos se entienden, es con mucha diversidad de vocablos mezclados con los otros comunes (Gonzalo Fernández de Oviedo y Valdez, Historia General y Natural de las Indias, 1855, Vol. IV, pg. 121) Que sin ser tan profundo, claramente sustenta la confusión de concepto a la que aludo, y que no puede constituirse en más que un criterio parcial de la imposibilidad de entender la lengua común de la zona.
Otro de los motivos para la confusión están reflejados en el primario intento de traducir los catecismos y textos de alineación religiosa a las lenguas vernáculas del Obispado de Quito (Actual Ecuador, además de territorios del norte de Perú y Sur de Colombia). Durante el Sínodo Diocesano Quitense, de 1593 en el capítulo tercero de los estatutos que se hicieron para el gobierno de la diócesis se expresa: «Por la experiencia nos consta que en nuestro obispado hay diversidad de lenguas, que no tienen, ni hablan, la de Cuzco y Aymará y para que no carezcan de la doctrina cristiana es necesario hacer traducir el Cathecismo y Confesonario, en las propias lenguas; Por tanto conformándonos por lo dispuesto en el Concilio Provincial último, habiéndose uniformado de las mejores lenguas, que podrían hacer esto, nos ha parecido cometer este trabajo y cuidado a: «Alonso Núñez de San Pedro y a Alonso Ruis para la lengua de los Llanos y Atallana: y a Gabriel de Minaya, presbítero, para la lengua Cañar y Puruai; y a Fray Francisco de Jerez, de la Orden de la Merced, para la lengua de los Pastos: y a Andrés Moreno de Zúñiga, y Diego Bermudes, presbítero de la lengua Quillaisinga”.



Desconocemos si esta encomienda se llevó a cabo. Hemos investigado arduamente en los archivos jesuíticos de Quito, en la antiguas bibliotecas del país, y nos hemos eximido de viajar a España al Archivo de Indias por cuestiones económicas. Sin embargo, asumo que el ocultamiento de ese material se debe a que este presentaría pruebas contundentes de la relación precolombina entre América y Europa. Aproximadamente 70 años después (tiempo suficiente para que se hayan realizado dichas traducciones) el Provincial de la Orden de San Francisco, Fray Nicolás de Guevara y Castañeda, en obedecimiento a una carta de Órdenes del Presidente de la Real Audiencia, Don Mateo Mata Ponce de León decreta: que en los puruaes donde ni la lengua general del Inca se habla en la mayor parte, y sólo se habla la materna, se ha de poner mayor trabajo con castigo para que hablen español.”

No me considero un pionero en la comparación de las culturas y lenguas americanas con las euroasiáticas, antes lo hizo Michelangelo Mossi, el propio Juan Móricz y en épocas mas recientes la investigadora ecuatoriana Ruth Rodríguez Sotomayor y la lingüista Natalia Rossi de Tariffi, quien en su libro “América cuarta dimensión: los etruscos salieron de los Andes”, expone la ciencia de la lexicogenética, que desentraña y encuentra el significado original de las palabras, el cual se va camuflando a través de los tiempos en otros significados. A continuación expongo ante los lectores, lo que constituye apenas el índice de un trabajo de recopilación, análisis lingüístico, análisis lexical y sobre todo lo que llamo “intuición lingüística” (y que me quemen los lingüistas).



Partiendo de la premisa de que cada palabra tiene un significado original, y los significados objeto-acción, así como significados de relación que se les han ido añadiendo con el pasar del tiempo; lo que hago es un trabajo de doble vía, es decir cuando hay palabras que considero que han perdido su significado en las lenguas americanas, me doy cuenta que aún conservan el significado en la mitología sumeria, hitita y magyar. Lo mismo con los nombres de personas. En lenguas americanas he utilizado el grupo lingüístico shillipanu, que lo componen el tsafique o lengua de los Colorados, el chapalaa o lengua de los cayapas, el cofán, y posiblemente en la antigüedad también el puruhá, el cañarí y el chimú. Shillipanu significa tanto “lengua de la cuerda o línea de la mitad” como “lengua real”, y según mi teoría (que no expondré aquí para no cansar al lector) constituye la mítica “lengua sagrada y reservada solo para los incas y amautas”, es decir solo para los altos dirigentes monárquicos del imperio incásico y sus maestros.


Manuel Palacios, ecuatoriano, es investigador de iconografía, lenguas y cosmovisión ancestral. Pròximamente serà expositor del tema «Forbidden Amerika» en el 7th International Amazonian Shamanism Conference 2011, donde se discuten temas de Espiritualidad y conocimiento Ancestral. Expondré el tema «Forbidden Amerika» donde tratarà sobre linguística, símbolos y costumbres comunes entre el Viejo y el Nuevo Mundo, antes de la llegada de Colón. Si desea conocer màs del trabajo de Manuel, visite este enlace.

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