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Por Leonardo Parrini
¡Quieto, hijoeputa, o ahora te mueres, chucha…! con esta nada amable imprecación los asesinos freelancerrealizan su trabajo de exterminio por un puñado de dólares: el oficio más miserable del mundo es desnudado impúdicamente en el nuevo filme recién estrenado del cine ecuatoriano. 

El Angel de los sicarios (Ecuador, 2013), es una película de acción de sicarios “para sicarios”, según confesión de su propio director y guionista Fernando Cedeño Marcillo; chonero, gestor de ese cine que se hace de acolite, con escaso billete y bajo el presupuesto de que se trata de una causa. ¿Cuál? Hacer el cine “realista” que la gente quiere ver, y hacerlo como “cine guerrillero”, de combate, sin excusas de ninguna clase.

El Ángel de los sicarios, con una estética de realismo social sublimada por una solvente fotografía, da cuenta de la cultura del sicariato que impone la violencia por venganza y por dinero en Manabí, una provincia intensa por sí misma, hasta en los rasgos subyugantes del paisaje. Un rincón del Ecuador en donde “el café se calienta a bala y las historias están ahí, listas para ser escritas. Hay mucha gente «de los de verdad como dicen ellos» que me cuentan sus historias, además por la falta de apoyo esas historias son fáciles de producir. No me gusta el cine aburrido, me gusta la acción, quizás es como un estilo propio”, según contó Cedeño en entrevista para el blog GiroNorteCine.

Cine sin ambages que no entra en moralizaciones, al menos en la pantalla, puesto que su director sí reconoce que se trae el mensaje de que el crimen siempre paga y que si un sicario “toma conciencia”, se sentirá recompensado por producir un cine hecho a pulso, sin apoyo de ninguna institución. ¿Cuál es el mensaje? En este caso el medio es el mensaje: una cinematografía de combate, no sólo por la acción en la pantalla, sino por la vocación de sus gestores. Un equipo de profesionales en formación, gente brava como su tierra montubia, que no escatima esfuerzos ni abandona la disciplina hasta conseguir el resultado final: una película de buena estética, dinámico ritmo, con pausas oportunas plasmadas en imágenes simbólicas del entorno bucólico y exuberante de Manabí.

Un elenco de pelea entra en acción encabezado por el actor protagónico Javier Pico, secundado por César Velásquez, Katherine Mendoza, Darwin Zambrano, Carlos Quinto Cedeño, Lenin Pilay, Fernando Cedeño, Elvis Flecher y Elizabeth Alvarado. En el staff dirigido por Fernando Cedeño, destacan Iván Maestre en la producción, Carlos Quinto como asistente, Camilo Andrade V. en la fotografía, cámaras de Iván Maestre y Camilo Andrade y Jonathan Guines como foquista de la historia. Hacedores de “un nuevo cine bajo tierra”, sin grandes recursos económicos en la producción e invisibilizado en la distribución por las instituciones llamadas a promoverlo. A cambio de ello, la piratería se ha encargado de hacer su negocio y proliferar las copias que se venden como pan caliente en las esquinas de los barrios populares y aniñados del país.

Una historia de venganzas

La trama de El Ángel de los sicarios cuenta la historia de Ángel, hijo único de padres adinerados que un día son asesinados por no dejarse extorsionar, entonces el protagonista decide convertirse en el «ángel de los sicarios», un sujeto dispuesto a vengar la muerte de los suyos, sin importar quien se le atraviese en su camino. Por más que el filme quiera vendernos a un justiciero popular, el leiv motive de la película no es la justicia, es la venganza; ese código ético de la delincuencia que se cobra las cuentas a sangre y fuego, mientras la justicia corrupta mira impávida cómo jueces y abogados dejan en libertad a los asesinos y la policía llega a la escena de los crímenes a contar los muertos, víctimas del sicariato.

No vamos a reclamar a esta película de Fernando Cedeño recados morales, ni fórmulas políticamente correctas, puesto que en su imperfección tiene la sinceridad de pintar el país que tenemos, violento e impotente ante la delincuencia y dispuesto a hacer justicia por mano propia. Que las falsas percepciones no nos impidan ver el bosque: este cine manaba tiene el desparpajo de reflejarnos en el espejo social como lo que somos y, al mismo tiempo, como lo que podemos dejar de ser. Salvo algunas escenas explicatorias innecesarias, la película se sostiene en una constante tensión que aproxima al desenlace. Los finales abiertos van mejor en este tipo de filmes que buscan mantener al espectador pendiente de un hilo, porque los finales muy estructurados, además del riesgo de caer en estereotipos, pueden no contentar a la mayoría.

El Ángel de los sicarios se inscribe en un cine hecho por realizadores y actores, convertidos en soldados que buscan hacerlo posible, con miedos enfrentados y vencidos sobre la marcha. Cine realizado por convicción y obsesión, por la pasión de hacer un cine que termina siendo el testimonio de gente que se siente responsable frente a un proceso histórico. En tal sentido, este cine de combate, audaz en sus afanes, introduce una cámara en el tuétano del otro país, ese que se construye a sí mismo con sangre, sudor y lágrimas, pero aupado por la esperanza.

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